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viernes, 8 de enero de 2010

Cuando me quejaba del bucle, ¡me refería a otra cosa!

JAJAJAJAJAJAJA, me río. ¡Es más efectivo!

El bendito segundo trimestre ha dado comienzo un jueves, en concreto el jueves 7 de enero (mu mal día), resulta que el bendito instituto donde imparto mi sabiduría se encuentra ubicado en Pozo Alcón (Jaén), lo que me obliga a abandonar mi confortable entorno granadino el mismísimo día 6 por la tarde, después de la copiosa comida familiar de Reyes.

Mi nenita también se va a los madriles al mismo tiempo. De manera que nuestras vidas vuelven a dar un cambio impresionante. Yo me había cargado de serenidad y energía para lo que hiciera falta, pero no había contado con un imprevisto más… ¡la nieve!

No importa; tengo cadenas, (alguien me ayudará a ponerlas). Pero la cosa se complica…

Ha caído la madre de todos los nevazos, en el Pozo (me refiero a Pozo Alcón); ¡toooooda la noche nevando!

Desde las 7 de la mañana levantada en mi piso del pueblo; me dispongo a ir al instituto, por supuesto en mi coche. A medio camino noto que se atranca, que no puede seguir andando... bueno voy a poner las cadenas, algún día tenía que ser, venga ponte a ello. ¡Qué va! Ni palante ni patrás, ¡me rindo! Mejor fúmate un cigarrito, tranquilízate, a ver que se te ocurre…

Estando en esta tesitura, de nieve hasta los ojos, en un desierto blanco poceño aparece un ángel del cielo; Agustín el taxista. En un primer momento quiso pasar del cuadro, pero no pudo la criatura ¿Qué hará esta mujer con esa carilla de desesperación-pena-abandono-con ciertos matices de gilipollez, fumando, a estas horas y con la que está cayendo? Picó, se acercó y preguntó discretamente, ¿le pasa algo? En menos de un minuto le había contado sin orden ni concierto todo lo que me pasaba por la mente, y repetía constantemente: ¿sabes poner las cadenas?, ¿has puesto cadenas alguna vez?, ¿me ayudas a poner las cadenas? ¡Cadenas, cadenas, cadenas de forma compulsiva!

Pero la amabilidad de Agustín el taxista no incluía ninguna actividad relacionada con cadenas. Mientras yo terminaba el cigarrillo, Agustín culminó una vuelta de reconocimiento general del estado de la situación y del coche empotrado en la nieve. Una expresión de alegría inundó su rostro, ¡no hacen falta cadenas mujer! Lo que pasa es que se te ha pinchado una rueda. Por empatía y afectada por un gélido aturdimiento yo también me alegré.

Minutos más tarde volvió a mi cara la expresión (irresistible al parecer, para Agustín el taxista) de desesperación-pena-abandono, pero esta vez con un marcado perfil de idiotez congénita. ¿Qué me estás contando?, exclamé. Y empecé también compulsivamente a emitir sentencias de este tipo; ¡A burro flojo mucha carga! ¡Lo que le faltaba al altarico! ¡Dios mío que te he hecho yo! ¡Saulo, Saulo por qué me persigues! OOOOOOOOOOOOOOOMMMMMMMMMMMMMMMMMMM.


No te preocupes mujer si quieres yo te llevo al instituto, dijo Agustín el taxista… ¿Al instituto? ¿Quién piensa ahora en el instituto? (decía yo para mis adentros) y curiosamente salió un dulce ¿serias tan amable?, te lo agradecería mucho. Y allá que emprendimos la marcha hacia el susodicho instituto.

Una vez allí, entré como una exhalación, informé rápidamente de las peripecias acaecidas y de que un amable señor me estaba esperando para llevarme a casa, se ve que con cierto sentido del humor, porque observaba cómo levantaba expectación entre mis compañeros que reían. ¡Claro!, mi aspecto era mismamente el de un pollo desplumado. ¡Vete, vete; las clases se han suspendido! Exclamó la directora, por una vez y sin que sirva de precedente. Esto ocurría en el transcurso de minuto a minuto medio.

Una vez de vuelta al coche de mi particular ángel de la guarda, me percaté de que mi aceleramiento no se correspondía en absoluto con los ritmos de las demás criaturas. Relájate, me dije, total ni tienes prisa, ni la situación lo requiere, a penas son las 9 de la mañana y en Pozo Alcón si no trabajas, lo que más tienes, es tiempo.

Debido a la hipotecosis, el cash anda escaso, y ahora… ¿cómo arreglo el coche? De sobra sé que hay que cambiar las ruedas, no es un simple pinchazo, convendría ir a Granada allí en mi taller de confianza Rafa el mecánico me dirá lo tengo que hacer y como pagarlo. ¿Cómo llevo el coche a granada?... ¿grúa?... ¿asistencia en carretera?... ¿seguro? ¡Bingo¡ ¡yo también tengo un seguro! Voy a llamar.

La asunción del caos como situación habitual, te dota de un agradecimiento por anticipado de todo. Un descolgar el teléfono, un; si la póliza es correcta, si; está al corriente, si; se pondrán en contacto con usted. Es como un bálsamo como un paraíso, un fluir. Señorita tengo que decirle que ha nevado mucho,que el acceso es dificultoso, y que es a Granada donde tengo que ir. Si, no se preocupe el chico de la grúa la llamará en cuanto abran las carreteras y puedan viajar a Granada. ¿Síííííííí?, ¡aún no lo puedo creer!

Si, me llamó el chico de la grúa, y nos ha traído a Granada a 1871 DZP y a mí cómo a dos reyes. Rafa el mecánico , me ha acogido con severidad. Hay que cambiar las ruedas. El coche no estará preparado hasta mediados de semana. Y pensando en irme en autobús al Pozo, mi madre ya ha puesto a mi disposición su coche.

Quiero proclamar al mundo que soy una persona afortunada, a pesar de que me quejo incesantemente.

Mañana Dios dirá. Os contaré las conversaciones surrealistas mantenidas en los respectivos trayectos con Agustín el taxista y el chico de la grúa, que no he conseguido averiguar su nombre.

Aclaraciones:
-Agustín a pesar de ser el taxista del pueblo, nunca tuvo ninguna intención de cobrarme.
-Cuando me despedí de él, le dí dos besos y le dije; gracias a tí he vuelto a confiar en la bondad humana.
-Cuando aprenda a subir imagenes de la web os ilustraré más.
-En cuanto a la música disfrutamos de un monográfico de Luz Casal que me emociona.