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lunes, 18 de enero de 2010

Fines de semana

Sí, me gustaría escribir algo interesante, Polo me sugiere que escriba o describa la incidencia económico-afectiva-emocional que suponen los fines de semana para los humanos del Primer Mundo.

Me he dado una vuelta por el entorno bloguero más cercano y resulta que estamos ante un monográfico de cine, listas de las mejores y peores películas del año, añoranzas de salas que ya no existen…

He visitado otros entornos más lejanos, he seguido el criterio de ver quiénes son y de qué escriben los que coinciden con el nombre de mi blog, Necesidad de expresar. He escogido una muestra que intuyo que es significativa. Y el resultado es este: el 90% son mujeres; de este 90%, la mitad, su necesidad de expresar consiste en vomitar el dolor por la falta de atención de sus parejas hombres… (No funciona: el modelo de pareja heterosexual no funciona; hay que revisarlo) La otra mitad expresa la alegría de ser madres (embarazo, parto, bebé). Esto no nos lo quita nadie ¡gracias a Dios!

Bueno y complaciendo a mis fans, que incluso me piden que escriba de temas concretos (¡Yo alucino!), ¿qué hacíamos un fin de semana típico las criaturas alienadas por sistema?

A ver. Haciendo memoria… El viernes, la gente se dedicaba, en mayor o menor medida, a salir del trabajo e ir a festejar ¿adónde?; a un bar ¡por supuesto! ¡Esas servesillas...! Se mediocomía de tapitas y se reía mucho y se contaban los avatares de la semana. Sí, sí: recuerdo, sí. Este era, si no el mejor, uno de los más ansiados momentos del finde.

A partir de aquí había varias modalidades según la época, pero salir a cenar con los amigos el viernes por la noche ¡no nos lo quitaba nadie! Ataviados con nuestras mejores galas a la ultimísima moda (monísimas ellas y elegantísimos ellos) e inmersos en una feria de perfumes supercaros.

Modalidad A:

Hay que hacer la compra de la semana.
Sábado: Ya nos levantamos malamente porque, después de la cena en el restaurante más último y vanguardista del momento, había copita u copitas. Desayunito en familia, arreglo superficial de casa… Y a comprar. Y vuelta a la servesilla del medio día. Comíamos en casa. Mientras colocábamos la compra, cocinábamos las exquisiteces que habíamos traído. Comíamos; y aquí viene otro gran momento: la siesta del sábado. ¡Qué gusto! ¡Qué placer! En esta modalidad, el sábado solía terminar en casa de algunos de los amigos; pelis, manjares varios y, relativamente temprano, a casita. Entonces se manifestaba la protocolaría actividad sexual de la semana.

Domingo: era el último y único día de descanso. Paellita, siesta y preparativos para la semana. Siempre ha resultado antipático el domingo por la tarde, pero, en realidad, era un transito para recobrar la cordura.

Modalidad B:
Sábado: nos vamos a esquiar. No, no a esquiar, no. ¡Cuánto preparativo! ¡Qué trabajazo! ¡Qué dineral! ¡Qué agujetas! Pero merecía la pena: lo pasábamos bien, siempre íbamos en tribu (con niños incluidos) y, por supuesto, haciendo alarde de un gran estilazo esquiando.

En esta modalidad, el formato del viernes no variaba mucho; solo que se acortaba la actividad cervecera, ya que las compras había que hacerlas el viernes por la tarde. No salíamos de cena; lo mismo íbamos al cine con sus correspondientes servesillas posteriores, indispensables para comentar la película.


Modalidad C

Todo igual, solo que el sábado íbamos a la playa o a La Alpujarra o a cualquier sitio que se nos ocurriera donde hubiera lago interesante, pero siempre para volver en el día.


Omito conscientemente los sábados que teníamos que ir a punta de pistola a comer a casa de los suegros. Distorsionaba bastante el buen rollo.

Y ahora la conclusión: ¿cómo afectaban estas actividades? No tengo buenas noticias. Económicamente, afectaban mal: gastábamos mucho en divertimentos, de los que ahora sé que ese puede prescindir. Solo he descrito los fines de semana estándar, pero también había puentes y vacaciones y fiestas y regalos…

Afectivamente; también mal, ya que teníamos tantas cosas superfluas que hacer que las relaciones importantes se abandonaban o postergaban. Se cuidaban más las relaciones sociales. ¡Error!

Por último, emocionalmente, puede que nos sintiéramos muy vigentes y eso satisfacía el ego, pero la retroalimentación inter-parejas (no sé si me explico) dio al traste con las parejas primigenias. ¡Todos nos separamos! ¡Qué desastre!

Mis fines de semana de ahora son distintitos, pero ¿mejores?. ¡Jajajajajaja!